BEATIFICACIÓN
DE MADRE VICTORIA VALVERDE
RELIGIOSA CALASANCIA
13 DE OCTUBRE DEL 2013
Victoria Valverde González nace el 20 de abril de 1888 en Vicálvaro, provincia de Madrid– España. En 1910 ingresa a la comunidad de Religiosas Calasancias. Se destacó por su vida de fe y entrega a la educación de los niños y jóvenes.
En 1932 se produce una persecución a la Iglesia Católica y todo lo que ella representa. En Martos se quemaron iglesias, se allanaron los colegios, las religiosas sufrieron amenazas y tuvieron que salir del convento. M. Victoria Valverde fue una mujer fiel a su opción por Cristo. Expresó con su propia vida la fidelidad al carisma cuando tuvo que pasar la prueba de una abnegación sin límites, dar la vida por sus hermanas y por las alumnas. Así se manifiesta en sus palabras: «Mis hijas no han hecho nada, yo soy la responsable de todas y la que debe sufrir lo que a ellas les quieran hacer. Lo que tengan que hacer a mis religiosas me lo hacen a mí. A ellas perdónenlas»
Mártir” quiere decir “testigo”. Cristo es el primer “testigo”. Él mismo lo dice: “Yo para eso he nacido, y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37). Así lo reconoce la primitiva comunidad cuando lo llama: “el testigo fiel” (Ap 1,5). Somos, por tanto, hijos de una Iglesia martirial que ha dado testimonio de su fe desde sus inicios. Habiendo escuchado las palabras del Señor: “Vosotros sois testigos de éste” (Lc 24, 48), ya Pedro y los apóstoles fueron capaces de afirmar ante el mismo Sanedrín que había condenado a Jesús: “Testigos de esto somos nosotros” (Hch 5, 32).
Tratar el tema del martirio en la actualidad es difícil porque vivimos en una sociedad hedonista, donde cuesta entender el valor del sacrificio y de la coherencia; los medios de comunicación están acostumbrados a fijarse en lo bello, lo fuerte y lo oportuno, pero a modo de flash; la muerte sigue siendo considerada una tragedia sin respuesta o se oculta para evitar el sufrimiento.
Para los cristianos, dar la vida por otros es la mayor prueba de fidelidad al amor de Dios. En todos los tiempos y lugares han existido y existen mártires por Cristo. Algunos con persecución, otros sin ella. Unos, por manifestar abiertamente su fe; otros, por vivir los valores del Reino. Los mártires están por encima de las trágicas circunstancias que los han llevado a la muerte. Es el caso de M. Victoria pues supo testimoniar radicalmente su amor por Cristo.
M. Victoria, como educadora calasancia, se sintió llamada a dar vida a sus alumnas y a ser luz en el aula, cuidando la inocencia y bondad del corazón humano y liberando de las tinieblas de la ignorancia. Y fue también luz en el momento de la prueba; ella, con el gesto heroico de dar su vida, como pastora que cuida sin límites lo que se le ha encomendado, hizo resplandecer en las tinieblas la Luz y Vida del Señor Resucitado, que la hizo fuerte en su debilidad.
M. Victoria desde el martirio respondió al carisma calasancio y en ella se hacen vida muchas de las palabras que nuestro fundador el P. Faustino Míguez, plasmó en la espiritualidad de una calasancia: “permanecer abiertas a las necesidades de los hermanos, procurando estar dispuestas para cuando las circunstancias lo pidan a sacrificarse por su prójimo y a dar por sus almas hasta la propia vida”.
M. Victoria, como mujer de gran fe en el Señor de quien confiesa “que le da todo lo que necesita”, demostró ese abandono en Dios al que tenía siempre presente y que la ayudó a mantenerse fiel hasta el final. Movida por esa confianza, recibió la fuerza para entregar su vida por sus hermanas. Pocos días antes de su muerte dijo: «Mientras quede aquí una de mis hijas, aunque me cueste la vida, no las abandonaré». Fue ejemplo de fidelidad a Dios y a sus hijas como superiora y responsable de cada una de ellas. Su profunda fe y su amor a Jesucristo la mantuvieron firme ante su arresto y martirio, a pesar deque experimentó fuertemente en ella la debilidad.
Hoy, M. Victoria se convierte en luz para nuestro caminar como educadores calasancios. Ella nos enseña a cuidar, como el pastor a su rebaño, a los niños, niñas y jóvenes que llenan los pasillos de nuestros colegios y escuelas y a dar lo mejor de nosotros mismos para que ellos tengan vida en abundancia.