VIDA CONSAGRADA: SERVICIO A LA CERTEZA
No imagino dónde habrá ido a parar, entre tantos viajes misioneros, aquel cuadro que durante años permaneció delante a mi mesa de trabajo. Era un rústico trozo de madera con el dibujo de un mar y en su orilla, a punto de ini-ciar la travesía, una barca apenas perceptible. La inscripción que lo acompa-ñaba decía: “No sé lo que me traerá el futuro, pero conozco en quien está mi futuro” (en inglés suena aún más directo: “conozco quien es mi futuro”).
Tengo la sensación de comenzar este Año 2018 de la misma manera, como una barca pequeñita en medio del océano inmenso. Por una parte, siento una gran confianza en Dios por saberme en el hueco de las palmas de sus manos. Por la otra, tantos enigmas frente a la confusa e inestable situación social, eclesial, familiar, comunitaria religiosa… que no se logra descifrar fácilmente aún a través del silencio reflexivo.
Creo este sea el reto que estamos llamados hoy a encarar como Vida Consa-grada: proponer certezas que puedan impulsar el nacimiento de personas y sociedades nuevas conforme al querer de Dios. Ciertamente no doctrinas abs-tractas y prepotentes, sino el testimonio de acuerdos vitales entresacados con humildad de la propia experiencia. Se trata de una tarea ardua pero vale la pena intentarla juntos como familia de la CER.
Me atrevo a presentar, más bien en forma de provocaciones, algunos pasos para dicho servicio a la certeza:
Una VC que se apropie la Pascua del Señor.
Encontrar a Jesucristo Resucitado en las personas y acontecimientos, a través de un discernimiento profético sobre la historia. Escrutar los signos de los tiempos y de los lugares, con mirada atenta a los contextos culturales y ambientes sociales desa-fiantes. Buscar a Dios con sincero corazón, particularmente en los/as más pobres y en las realidades de mayor abandono. Encontrar a Jesucristo Vivo en la oración, la escucha de la Palabra y la vida Sacramental. Tomar en serio el llamado a ser san-tos/as como Él es Santo, para que la Trinidad habite en nosotros/as.
Una VC que esté dispuesta a seguir a Jesucristo con radicalidad.
Por medio de un proceso de conversión (metanoia) de mente, corazón y obras. De-jándonos acompañar por su asombrosa misericordia. Volviendo a Jesús (discipula-do) para hacernos uno/a con El y luego hacernos cómplices (misionariedad) de una Iglesia capaz de sanar heridas y calentar corazones. Por medio de un proceso de configuración (sequela), mirar con sus ojos y sentir con su corazón, escogiendo sus preferencias (descartados, pequeños, pobres, enfermos, pecadores…), sus criterios (bienaventuranzas), sus actitudes (buen pastor y buen samaritano), sus alegrías (por el hallazgo de la oveja perdida y el retorno del hijo pródigo), sus secretos (la intimidad con su Padre y la obediencia al Espíritu), su destino (persecución, muer-te y resurrección, gloria eterna).
Una VC que se adhiera con pasión al Proyecto del Reino de Dios.
Escogiendo el ideal por el que Jesús luchó y dio su vida como el horizonte (mode-lo) que ilumina nuestro propio ser y quehacer misioneros. Un Reino que consiste en la construcción de un mundo de justicia y paz, libertad y verdad, perdón y re-conciliación, gozo y esperanza, basado en relaciones de hermandad entre los hijos e hijas de Dios, más allá de todo prejuicio o ideología. Un Reino que se recibe siem-pre como un don, que ya está en medio de nosotros/as pero que permanece nos-tálgico mientras falte alguien alrededor de la Mesa. Acogiendo el Reino de Dios como la estrategia de acción apostólica (praxis) para nuestro compromiso por una liberación integral de las personas y de las sociedades. En comunión con la Iglesia pobre y de los pobres, que nos exige ser místicos con ojos abiertos para estar dispues-tos/as a arriesgar cuando la dignidad de las personas venga pisoteada.
Una VC que conceda prioridad evangélica a las Periferias geográficas y existencia-les (Salgamos aprisa al encuentro de la vida)
Vencer el ego del status quo que habitualmente nos paraliza para responder al cla-mor de las fronteras extremas de marginación, a los/as más golpeados por el su-frimiento, los/as que han perdido el sentido de la vida, los/as que aún no han te-nido la dicha de conocer la Buena Noticia de Jesucristo. Una VC abierta a la nove-dad, en continuo éxodo geográfico, económico, cultural, ecológico, religioso, hacia el ad gentes y los nuevos areópagos, animados/as por una Iglesia inserta como tienda de campaña en medio de un campo de batalla… con olor a oveja y a calle.
Finalmente una VC que apuesta por la fuerza del Encuentro con la Alegría del Evangelio.
Desde la eclesiología de la comunión y la cultura del encuentro favorecer las rela-ciones de reciprocidad y gratuidad contra la lógica del mercado y el provecho egó-latra. Promover como estilo propio la colaboración, la interculturalidad e intercon-gregacionalidad, dar espacio a las nuevas generaciones, favorecer el protagonismo de todas las personas con una visión ministerial. Sobre todo vivir la mística de las Bienaventuranzas, celebrando la paradoja de los últimos que resultan primeros y de los pobres que ya poseen el Reino de los Cielos. No tener miedo de contagiarnos de la alegría mariana por lo imposible hecho posible a causa de la Misericordia En-carnada. En este mundo tan trágico, experimentar la alegría misionera por la derro-ta del mal a fuerza de bien; por la omnipotencia del Amor precisamente desde la kénosis de la cruz. En efecto es esta alegría serena la que hace creíble la VC y da au-tenticidad a nuestra misión en la Iglesia. La VC cobra rostro de alegría y esperanza en el “nosotros/as” de la Trinidad.
Nuestra barca pequeñita en medio de un océano inmenso quizá sea la ofrenda de certeza que la VC pueda regalar hoy a la humanidad. Una parábola de lo que desde siempre nos identifica:
Contemplativos/as del Absoluto de Dios.
Buscadores/as de su presencia en los pliegues de la historia humana. Perdonados/as, siempre en proceso de conversión al amor.
Peregrinos/as tras las huellas de Jesús, contagiados por el Reino de la filiación y fraternidad universales.
Seguidores/as de Jesús Crucificado entre los últimos y entre las víctimas de los sistemas de muerte.
Sembradores/as de liberación y esperanza en contracorriente a la lógica mun-dana.
Solidarios/as del Cristo sufriente entre las multitudes golpeadas por la cruel-dad del poder en turno.
Expertos/as en comunión y en armonía, también con la Creación maltratada. Profetas de la bienaventuranza que hace felices a los que se confían en Dios. Ministros/as del pan partido, signo eficaz de la utopía del Evangelio. Cantores/as del Magnificat de María en el advenimiento aquí y ahora de lo im-posible.
En fin, Hombres y Mujeres consagrados/as que viven, anuncian, ofrecen, sue-ñan, luchan y dan testimonio, ahí donde la vida clama, de la Alegría de Dios-con-nosotros/as.
P. Rafael González Ponce MCCJ
Presidente de la CER